lunes, 4 de marzo de 2013

CRÓNICA HALF FART FORMENTERA 2013. ESQUIVANDO PIEDRAS EN EL PARAÍSO

Un paseo por las nubes.
Y no porque subiéramos muy alto. Quien conozca Formentera sabe que su punto más alto en La Mola apenas dista 150 metros del nivel del mar. No es por la altura. Es por la sensación que se me ha quedado tras participar en el Half Fart de esa preciosa isla. Si ya la pequeña de las Pitiuses me parecía preciosa ahora me tiene enamorado. He recorrido parajes que no sabía que existían y he disfrutado como un niño con el entorno, sintiéndome un privilegiado por hacer lo que me gusta en un lugar como ése.
Si, no soy yo, es un participante de la larga al poco de salir, pero la foto vale la pena


Como estas otras dos. Esto da idea de lo que disfrutamos los participantes
Y eso que he sufrido bastante, pero, como otras veces, se trata de un “gozo doloroso” como dirían los más píos. Mi situación no era la ideal para participar en una “casi” maratón de montaña. Digo casi porque al final me salieron 40,5 kilómetros según mi GPS y según el de muchos participantes. Salvo los que se perdieron y regalaron algunos metros más. Y el GPS, como el algodón, no engaña. Dudé bastante en apuntarme ya que mis últimas semanas alternaron mocos en la nariz, bajando por la garganta, pasando un tiempo en los bronquios, para subir otra vez y así, repetir varias veces el ciclo. Incluso entrenando, cuando forzaba algo más de la cuenta, parecía un pez fuera del agua. Sólo que a mí lo que me faltaba era el aire. Una sensación rara y a la que no estoy acostumbrado, pero, como decimos en casa, los virus de guardería que se trae mi hija la pequeña son “heavys”. Hemos estado todos tocados y nos hemos ido retroalimentando durante semans, turnándonos.
No era, desde luego, buena forma de entrenar para un reto tan duro. Además la cosa se complicó y, a falta de tres semanas, pasé dos de ellas con fiebre por días y sin entrenar nada por consejo de mi “enfermera” privada y porque no me llegaban las fuerzas salvo para ir de la cama al curro (con mucho dolor de mi corazón), de allí al sofá y del sofá a la cama y vuelta a empezar. Con ese plan, y empezando a notar algo de mejoría, el domingo antes de la FART decido, junto a mi amigo trimindundiano Francisco Linares, apuntarme al palizón y que sea lo que Dios quiera. Total, tengo una semana para recuperarme bien y entrenar algo, intentando recobrar la forma que empezaba a vislumbrarse antes de caer definitivamente enfermo (el último fin de semana que pude entrenar acabé con más gloria que pena unos 90 km. de bicicleta de carretera el sábado, junto a Gus y a Fran, y 27 kilómetros de trail por monte y playa junto a Francisco Linares el domingo).
Pues eso, que en una semana no recuperas nada y puedes perderlo todo. Eso aliñado con que me han preparado una “excursión laboral” a Madrid de dos días. El 28 y el 1 reuniones matutinas en la capital. Y tarde del 1 entre aeropuertos y retrasos llego sobre las once de la noche a casa. Preparo un poco el material, ceno y me doy cuenta que no me apetece, nada, correr al día siguiente. Me acuesto tarde, por supuesto, y duermo unas pobres cinco horas porque la barca de Formentera nos salía a las 7 de la madrugada. Nada más levantarme compruebo algo raro en mí. Sigue sin apetecerme la competición. Es “mi primera vez”. Normalmente disfruto con estas cosas y nunca me había pasado pensarme seriamente no acudir a la cita. Aún con mocos en el pecho, cansado del viaje relámpago, sin ganas y sin entrenamientos me asusta la idea de enfrentarme a una “casi” maratón de montaña. Cagao que es uno, lo asumo.
Sinceramente acudo porque me había “citado” con mi amigo y compañero de entrenos Francisco Linares. Que si no… Una vez en el barco sigo con la sensación rara de apatía y le comento que no me apetece, para nada, comenzar a correr.
Pero todo es meterse en harina. Aunque el cuerpo es sabio y me estaba dando señales. Llegamos, recogemos dorsales y ya se respira ese ambientecillo tan bueno de estas carreras. En el bus que nos lleva a Calo Des Morts, punto de salida, se respira ese mismo buen ambiente, mezclado con linimento, claro. Y eso te anima (aunque no del todo).
Al llegar al punto de salida pasan algunos de los competidores de la prueba “larga” de 71 kilómetros. Les miro y jaleo con envidia y respeto. Algún año me animaré a la larga. Algún año. Hoy no me apetece casi ni la “menos larga”.
Así que al lio.


Se da la salida y comenzamos por los riscos sube y baja que bordean las primeras estribaciones de La Mola. Unos parajes idílicos para venir con la señora. Y para correr, cuando apetece. Las piernas no van desde un primer momento. Y la respiración, cuando empezamos a subir hacia La Mola por unas empinadas cuestas, tampoco. A andar se ha dicho. Mal asunto, y no queda ná.
Cuando subimos la interminable cuesta volvemos a correr, pero veo que no puedo seguir el ritmo que me marca mi compañero de fatigas. Ël sabe que, si estoy bien, no me gusta ir detrás. Pero hoy no puedo y lo compruebo desde los primeros momentos.

Va a ser cuestión de supervivencia. Bueno, al fin y al cabo también hay que entrenar la mente, como aquel dia que con ráfagas de 70 kilómetros por hora salí con mi amigo Fran con la bicicleta de carretera a dar la vuelta a la isla cuando lo sensato era haber pospuesto la ruta como lo hicieron el resto de los que habíamos quedado ese día. La mente también requiere entrenamiento. Y más cuando tienes en el calendario retos de más de 10 horas en los que sabes que vas a sufrir cada minuto.
Hoy tocaba sufrir. Así que vamos allá. Llegamos al primer avituallamiento. El de La Mola. Lástima no llevar más tiempo de carrera para poder haber disfrutado de todo ese manjar. Un oasis en medio del desierto, atendido por voluntarios “voluntariosos”. Gracias a todos ellos y a la organización. De verdad, un 10. Cuando volvimos a arrancar ya no “iba”. Viento de cara y me puse a rebufo de Francisco (suerte que es grande, grande). Seguimos juntos porque él tuvo problemas musculares también y nos íbamos esperando. Cruzamos un sin fin de muros de piedra, corrimos sobre piedras y sorteamos piedras. Amenizadas con un cortado que hubo que escalar. Con nuestra agilidad tardamos un siglo y nos costó Dios y ayuda. Pero seguimos por piedras y sorteando piedras. No sé si he mencionado que había muchas, pero muchas piedras sueltas en todo el recorrido.


Casi estaba deseando pisar la arena y eso que no me gusta correr por la playa.

Cuando bajamos por fin de La Mola, por la calzada romana hacia Es Caló, perdí a mi partenaire que se me marchaba inexorablemente. Así que aproveché para descargar la vejiga, que hacía tiempo me venía pidiendo liberación. Cuando eché a correr, a los dos pasos y tras una curva, veo a una pareja de enamorados sentados y mirando Formentera desde ese precioso mirador. “Deben haber escuchado hasta mis suspiros al aligerar peso” me pienso para mis adentros, sonriéndoles con complicidad. Sonrisa que me devuelven con sorna. Pues si que se han enterado, si.
Por cierto, graciosa la calzada romana. Se ve que a Formentera fueron los últimos de un reemplazo de soldados romanos, los torpes, porque yo he pisado las vías romanas de la península y son como carreteras, perfectas. Esta "vía" son piedras colocadas sin orden ni concierto que te hacen ir con mucho "cuidadín" en una bajada que podrías recuperar.

Si, tampoco soy yo. Pero esa es la "calzada" romana
Bajo hacia Es Caló y veo a Juanjo Serra, amigo y compañero de club que me anima y me dice que espera a su pareja, Bea, que hace la larga y que va primera de las féminas. Vaya cracks que son los dos. Ella a la postre sería la vencedora en la larga y él va a cruzarse “esta vez si que si Juanjo” de la Península a Ibiza a nado dentro de dos meses.


Foto gentileza de Juanjo

Llego al avituallamiento y reposto lo que puedo. Allí está Francisco que se marcha al momento. Yo me quedo llenando la camel y comiendo algo salado. Que me apetecía después de dos geles.
Y vuelta a la carga. No voy mal del todo a pesar de mi falta de fondo. Pero al pisar por primera vez la arena de la playa, y cuando llevo unos doscientos metros, el isquio derecho se me pone como una piedra y tengo que parar. Un masajito y algún estiramiento e intento correr, pero me es imposible. Así que a andar. Esta ya no es mi guerra. No lo es casi desde ayer. Ahora a disfrutar del paisaje y a animar a los que me pasan (hasta el apuntador oiga).

Cuando llego a otra de las pasarelas de madera que bordean la costa me siento a sacarme arena de las zapatillas (nota mental, para la próxima, que la habrá, cubrezapatillas para la playa). Intento levantarme pero se me rampa otra vez el isquio. Me rio como un tonto mientras sigue pasando gente. Y vuelvo a caminar. Ahora sobre madera y eso me molesta aún más. Porque andar en las interminables playas, vaya que vaya, pero no poder correr en estas pasarelas que invitaban a ello ya no me hace gracia.

Consigo volver a correr tras cuatro o cinco intentos fallidos y llego más mal que bien al avituallamiento de Punta Prima.


Me sorprendo al ver allí otra vez a Francisco. Me dice que se ha perdido y ha hecho unos metros de más, además que va también rampado y con problemas. Sale antes que yo pero, al poco, le paso y me marcho. Voy medianamente bien, hasta que en otra pasarela de madera, al acabar Es Pujols, me vuelve a dar otro aviso. Hoy no me la voy a jugar. Y menos a un mes del Ican de Málaga. Paro y ando hasta que vuelvo a poder correr. Hago lo que Gus llama cacos Caminar-correr hasta que volvemos a la arena y ahí ya no puedo hacerlo porque al hundirme la pierna derecha no me hace el juego. Pero yo a lo mio.
Llego al Control del Pas des trucadors y vuelta hacia La Savina, zona de meta. Camino y corro, corro y camino. Charlo con los valientes que nos vamos haciendo la goma hasta que me pega y aflojo. Y así continuamente. Una ibiza runner me pregunta cuánto queda. Miro mi Garmin y le digo que unos 2 kilómetros. A la postre serían más porque, en vez de 39, a mi me salieron 40,5 kilómetros. Cuando luego, en uno de mis arrebatos dolorosos, me vuelve a pasar, me disculpo por lo incorrecto del dato anterior. Va a ser que eran algunos metros más. Se marcha en el horizonte de esa interminable última recta que no puedo correr. Estiro y ando hasta que veo que, de forma conservadora, puedo llegar trotando medio decentemente hasta meta. Y llego. 5 horas y 26 minutos de agonía pero de disfrute. Por suerte las piedras no me causaron ningún desaguisado, no tuve caídas y muscularmente me sentía bien salvo por mis "rampas". Pues eso, como siempre, una más y ya pensando en la próxima.


Dos jarras de cerveza en una terraza del puerto de la Savina antes de coger el barco y otra cervecita en el ferry (by the FACE invitación de Balearia) y recuperados. Qué mejores aminoácidos.
Domingo en blanco, descansando y con dolor en mi isquio querido, pero hoy, lunes, piscina por la mañana relajando y bicicleta por la tarde soltando piernas. Parece que vuelvo a recuperarme algo. Un mes para el Ican triatlón MD de Málaga. Bueno, por intentarlo que no quede.
Lo dicho. Gracias a la organización y a los voluntarios y colaboradores por todo. Y a los que nos hicieron fotos aunque no nos conocieran.